
El arriero fue el actor social más relevante e invisible durante siglos.
En efecto, desde la llegada de los españoles, a mediados del siglo XVI, hasta la expansión del ferrocarril, casi 400 años más tarde, el arriero representó la única opción del transporte. Con sus recuas de mulas, los arrieros fueron el aparato circulatorio de todos los campesinos de este corregimiento. En sus alforjas, los productos locales llegaron a todo Chile y el Cono Sur de América: quesos de Chanco y sal de Cáhuil; ponchos y chamantos; charqui y trigo. En sus viajes de vuelta, los arrieros abastecían a los campesinos locales de los productos que esta región no producía, sobre todo yerba mate del Paraguay, azúcar y tabaco del Perú, cobres labrados de Coquimbo, jabón de Mendoza, mantas de Castilla, herramientas e insumos.
La sucesión de accidentes en caminos de montaña y vados de ríos que el viaje se revistiera de una reputación de alto riesgo. Los peligros que debía enfrentar el arriero en Alta Montaña, eran equivalentes a los del marinero en alta mar: las tormentas y tempestades representaban situaciones extremas en las cuales, muchas veces, se pagaba con la muerte.
Foto. Camino al cerro el Plomo
Texto: rutasdelapatrianueva